Existen montones de cosas a fotografiar que aunque parecen quietas se están moviendo. Y es justamente cuando queremos fotografiarlas que nos damos cuenta de que se mueven, porque mientras sacamos la cámara del estuche, la encendemos y la configuramos, la foto que teníamos en la cabeza ya no existe. Es una buena razón para guardar siempre la cámara con una configuración que nos deje listos para disparar (en mi caso suele estar cerca de 1/100, f4.0, ISO200).
La Luna también se mueve, pero es más predecible. Nos damos cuenta de que lo hace cuando, tras una exposición prolongada, deja una estela. Pero en general la situación de la exposición no cambia durante su movimiento. Hay que buscar una velocidad de obturación que la capture correctamente sin que salga movida. Cuando uno la encuentra se puede quedar tranquilo. Pero las nubes son otra cosa. Son impredecibles. Bueno, sí sabemos que cuando se están moviendo hacia el norte lentamente no darán un giro de golpe para moverse hacia el este con una velocidad inusitada. Sin embargo, mientras se mueven cambian su forma, se enroscan sobre sí mismas y esto, la mayoría de las veces, cambia la situación de exposición.
Cualquier video en cámara rápida de un paisaje (podés ver alguno acá) es más interesante cuando hay nubes. Pero las cientos de fotos de un video así, no siempre son interesantes cuando las miramos por separado. Vale la pena hacer el ejercicio de fotografiar nubes. Mirar el cielo con atención, observar cómo cambian y pensar rápido un encuadre. Adaptar rápidamente la configuración de la cámara a los cambios de iluminación (cosa que por supuesto no podemos controlar en este caso).
Con las nubes el trabajo no termina en la cámara. Durante el revelado digital en la computadora (en mi caso aprovechando todo el poder de Raw Therapee) hay montones de decisiones que tomar. Algunas sutiles mientras corregimos la exposición con las curvas, otras contundentes cuando decidimos cómo manejar el color. Definitivamente, no hay que escaparle al ejercicio de sacar fotos de nubes.
