Ya casi termina 2020. Sin duda un año inesperado. Un año que me tuvo ocupado aunque un poco más elejado de la fotografía de lo que hubiera querido. El tiempo no alcanza para todo y dediqué mucho tiempo a aprender cosas nuevas. Miré todas las clases de Biología del comportamiento humano de Robert Sapolsky en la Universidad de Stanford, programé un modelo para simular epidemias considerando distintas respuestas sociales y logré estrenar infecto Doppler en el Festival del ingenio a pesar de la distancia impuesta por la virtualidad. También perdí mucho tiempo adaptando mi trabajo docente a las plataformas digitales y aplicando protocolos para evitar contagiarme COVID-19.
Ya es momento de retomar la fotografía. La realidad argentina me obliga a esperar para volver a exponer películas analógicas y experimentar en el cuarto oscuro porque los precios de químicos y rollos dan un poco de miedo. Voy a empezar entonces por ponerme al día. Todavía hay más de 100 fotos de las que tomé entre enero y marzo que esperan ser cuidadosamente procesadas con la versión 5.8 de Raw therapee. Hay también algunas ideas que todavía no puse en práctica. Mientras tanto, también voy a trabajar en una nueva base de datos para estudiar los metadatos de mis tomas, para ver si descubro algo que todavía no sé acerca de mi manera de sacar fotos.


Uno de mis primeros desafíos en 2021 tendrá que ver con transmitir la relación entre el azar y el arte haciendo foco especialmente en la pintura, la fotografía y la música. Y para empezar en enero con ganas voy a mirar con ojo crítico mi trabajo para disfrutar de las fotos que me salieron bien y aprender de las que me salieron mal. Seguramente, las horas de 2020 que invertí en aprender cosas nuevas me van a permitir dar un paso adelante como fotógrafo. Lo que tengo que evitar es que mi 2021 fotográfico sea tan fugaz como el tiempo que tardo en comer una gelatina.